Apenas despuntaba la mañana cuando subimos a nuestra máquina e iniciamos camino. La ventaja de ir a Motril a primera hora de la mañana, es que tienes unas impresionantes vistas de la Sierra frente a ti, pero inevitablemente, los rayos cegadores del sol te hacen decir... no veo una mi*rda. Claro, con el jodio intercomunicador, lo que antes se quedaba para uno mismo, ahora se transmite a la artillera, y ella con criterio conciliador te contesta... pues si que empezamos bien el día.
Me quedo callado para que el cacharrejo se desconecte. Paso un rato de calma y tranquilidad, hasta que algo en el interior del casco empieza a emitir sonidos inaguantables. Leches el móvil. Digo sí, sí, SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ y al final descuelga ¿por dónde venís? -pregunta Charli. Por la carretera -le contesto yo. Que no joer, que si os queda mucho -de nuevo Charli. No, estamos en explanadas. Y ahí nos tenéis, felices y contentos porque nos íbamos a la aventura
Como veis, el sol nos acompañaba, y la carretera también. Fue un paseo la mar de agradable, con carreteras muy buenas y curvas rápidas.
Tras unos cientos de kilómetros el desayuno no es ni siquiera un recuerdo, así que tuvimos que buscar un sitio para reponer fuerzas en Carboneras. La verdad es que está muy cambiado todo con el plan E, y cuesta orientarse, pero con buen criterio, Charli le preguntó a un lugareño que tenía pinta de haber probado todos los bares del pueblo, y doy fe de que tenía buen criterio, porque nos recomendó un sitio buenísimo, y como muestra os dejo unas fotos de las tapas que nos pusieron.
Tras un rato más de galopada tranquila llegamos a Águilas, y como casualmente eran las dos de la tarde, decidimos comer en el puerto.
Pedimos la carta y nos dijeron que fuésemos nosotros a por ella. Ahí tenéis a Charli cargando con ella.
Lo cierto es que pasamos un buen rato, aunque la comida no fue gran cosa, o como diría Charli, para no tenerlo previsto los chavales, no ha estado mal
Sin apenas reposo, decidimos reiniciar la marcha, porque veíamos que a ese ritmo llegaban antes los demás. Al fin entramos a San Javier, lugar bien conocido por Charli, por haber hecho allí el servicio militar. Primero nos llevó a ver su antiguo cuartel, y mientras estábamos en la puerta escuchando sus explicaciones, salió un policía militar que había reconocido a Charli por las numerosas fotos suyas que hay por el cuartel y el gran recuerdo que dejó, y le dijo que si queríamos pasar a tomar un café con el general. Charli se excusó porque íbamos con la ropa de moto y un poco sudados, ante lo que insistieron para que se hiciera una foto de recuerdo en la puerta.
Dimos unas vueltas (no recuerdo si ocho o nueve) a San Javier y San Pedro. Según dice Charli, allí es típico hacer la ruta de los santos, y tienes que dar tantas vueltas como años lleves sin ir. Bueno, hay que respetar las costumbres, pero ya nos estábamos quedando sin gasolina, así que le preguntamos a un señor. Llegamos a Lo Pagán, que dicho sea de paso, no entiendo el eslogan, porque al primer bar que fuimos, cuando nos íbamos nos dijo el camarero, señores la cuenta. O sea que no lo pagan
Yo no me lo podía creer. Charli nos mostró una foto de como estaba esto antes y el cambio ha sido tremendo en poco tiempo.
Llegamos al hotel sin problemas, y aprovechamos para hacernos unas fotos mientras atracaba el transbordador que hace la ruta Melilla-Hotel Neptuno
El hotel no estaba mal, pero habíamos venido a hacer turismo, así que nos dimos la duchita de rigor y salimos a buscar restaurante para tenerlo todo preparado para cuando llegara el grueso de los motrileños. Ya sé que yo había llegado con los primeros, pero al decir grueso me refiero a que faltaban tres motos. El amigo Alex ya había llegado justo después de nosotros, y se vino también a localizar avituallamiento.
Charli propuso el restaurante la Panocha, pero lamentablemente estaba cerrado por reparto de herencia y usufructo, así que Charli le preguntó a una señora que estaba regando las macetas y nos mandaron a un sitio llamado el portugués. La sorpresa fue enorme, ya que resultó que este hombre era conocido de Charli, ya que como sabéis, Angola fue colonia portuguesa durante años, y Charlie estuvo en colegio de pago y los llevaban a hacer excursiones largas, y allí conoció a Domingos, por entonces, cabo furrier de la legión extranjera. Para celebrarlo nos puso de tapa unos caracoles, muy a su pesar, ya que les había cogido mucho cariño del tiempo que llevaban en el bar.
Una vez localizado el sitio para cenar, y probado para evitar sorpresas, nos fuimos a recoger a los demás, que por entonces ya se habían duchado y preparado para una noche de subcomando. Imposible definirlo, sólo quien lo ha vivido lo puede entender.
Empezamos con una cena en la que el portugués se desvivía por satisfacer a su amigo Charli, y entre fados y viño amargo pasamos una excelente velada
Tras tal derroche de sabores, nos apetecía cerrar la noche con un charla amigable compartiendo una copa con los amigos. Nuestro querido, y nunca bien ponderado macho alfa, nos ofreció llevarnos a un lugar especialmente querido para él, por las numerosas experiencias vividas allí en su juventud, pero no pudo ser, porque lo habían cambiado por un centro de día para la tercera edad, y como todo el mundo sabe, los cierran muy temprano.
Pero el instinto no se pierde, y rápidamente nos llevó a un magnífico lugar de salsa cubana, en el que entre mojitos y sones cubanos pasamos las horas sin darnos cuenta.
Por la mañana, tras un frugal desayuno (nunca toméis café en el hotel Neptuno), nos preparamos para la partida, ya que el cielo estaba amenzante, y de hecho, nos cayeron algunas gotas. Pero nada atenaza a este subcomando
Tras numerosos cambios de ruta obligados, tanto por el estado de las carreteras, como por el horario de vuelta de algunos de los miembros, estuvimos tomando café en Vélez Rubio, dónde conocimos al entrañable autor de la frase "hablando de mili". Lamentablemente no dispongo de fotos de esa parada, ya que la cámara se quedó sin pilas.
Al final llegamos a comer a la zona del Marquesado, en las inmediaciones de Guadix, en un local regentado por un motero que nos trató de lujo, y fue comprensivo con el hecho de que le dejásemos lista la despensa. Al fin y al cabo, no habíamos desayunado.
Desde ahí, disfrutando del aire limpio del Puerto de la Mora llegamos a Granada, y rendimos culto a La Isla y sus piononos, antes de la inevitable despedida, en la que siempre solemos cambiar las conversaciones de adiós por las de planificación de nuevos viajes. En realidad, contando los días para volver a hacer kilómetros juntos, y organizar un gran matrimonio motero colectivo, porque está claro que nos queremos

pero sin mariconadas
