Hoy me levanté antes de lo que esperaba, Hungría es el país más al este por el que paso que aún está en la misma zona horaria que España, y a las cinco y diez de la mañana ya brillaba el sol. Conseguí dormir un rato más antes de levantarme y poner todos los trastos de nuevo en la moto, ya que hoy me esperaba un día bastante duro; recuerdo las carreteras rumanas de un viaje hace tres años y eran duras.

Tomé un café mientras escribía una pequeña entrada en el libro del camping, y dediqué un rato a hojear las páginas y leer algunas de las historias que contenía. Al cabo de unos minutos me sorprendió una lágrima formándose en mis ojos. Hay cientos de personas viajando por todo el mundo en todos los medios de transporte imaginables, y he leído sobre algunos de ellos en los foros en internet, pero esto era diferente; tenía entre mis manos las mismas páginas que ellos habían tocado antes de seguir si camino al siguiente destino.

La noche anterior había intentado programar las coordenadas para mi siguiente destino en el GPS, pero fueran cuales fueran los ajustes que probase, se negaba a darme una ruta. Intenté elegir un punto en Hungría, cerca de la frontera, pero el resultado fue el mismo. Al final solo conseguí que me diese una ruta hasta una población cerca de la frontera por autopista, así que tras dejar Budapest me detuve en la primera gasolinera que encontré y pagué por una matrica, la pegatina que permite usar las autopistas. Había conseguido cruzar Eslovenia, Austria y parte de Hungría sin pagar por una, así que me mosqueó un poco. Por suerte resultó ser bastante barata (aún no sé cuánto, no he tenido tiempo de calcular los gastos del día) y en una hora y media estaba en la frontera, lo que significaba que tenía toda la tarde para disfrutar de las carreteras rumanas.
En el viaje que hice tres años atrás, mis amigos y yo nos alojamos en un lugar llamado Terra Mythica, cerca de Alba Iulia. No estábamos seguros de qué tipo de sitio era, pero era lo único que encontramos en la zona, así que hicimos una reserva. Llegamos allí sobre la una de la madrugada y resultó ser una especie de campo de verano para niños. En contra de todo pronóstico, los pasamos genial; Dalina, la propietaria, y parte del personal se unieron a nosotros después de cenar, cuando los niños ya estaban acostados, y la noche terminó en una de las borracheras más divertidas que recuerdo. Resumiendo, nos hicimos buenos amigos y nos visitó en Barcelona un par de veces, así que cuando estaba planeando el viaje decidí dar un pequeño rodeo y volver a Ighiu, y tenía muchas ganas de volver a vernos.
En la frontera Rumana me paró por primera vez la policía, pero solo querían comprobar el pasaporte y me hicieron señas que continuase. Paré justo pasada la barrera al lado de una barraca donde cambiaban dinero y vendían el distintivo del impuesto de carretera, que es obligatorio en Rumania, autopista o no (de hecho sólo hay una autopista que conecta la capital con la costa). Cambié algunos leu y descubrí que no era necesario pagar el impuesto para la moto, así que seguí felizmente.
Las carreteras eran mejores de lo que recordaba de la última vez que estuve aquí, o quizá el hecho de venir en moto desde España significa que la transición ha sido más gradual que bajar de un avión y empezar a conducir una furgoneta. En cualquier caso, avancé bastante rápido y pronto me di cuenta de que eran ya pasadas las dos de la tarde y aún no había comido nada. Empecé a buscar un buen sitio, pero las áreas de picnic y los parques son especialmente difíciles de encontrar en el campo en Rumanía, y los kilómetros pasaban sin encontrar un sitio decente. Las nubes se estaban volviendo de un negro amenazador y esta vez no veía el cielo despejado más adelante, así que se estaba volviendo más apremiante para no sólo para comer, sino para poner la capa impermeable en el traje. Entonces, justo cuando empezaba a llover, vi una gasolinera. No había visto ninguna desde la frontera, y aunque me quedaba aún gasolina, empezaba a preocuparme, así que me alegré de encontrar una. En cuanto me acerqué, sin embargo, se hizo evidente que estaba abandonada.

Bueno, al menos tenía un techo bajo el que me podía cambiar y comer algo. Hice un pequeño striptease para difrute de los camioneros que pasaban por la carretera y me senté a comer una especie de salchichón húngaro que había comprado antes y un poco de pan y fruta.

La primera vez que vinimos a Rumanía nos advirtieron sobre los perros abandonados, aparentemente hay muchísimos y pueden ser peligrosos. Estaba disfrutando de mi bocadillo cuando se me acercó esta fiera:

Juro que si estuviese haciendo este viaje en coche y no en moto, me la hubiese llevado a casa. La pobrecilla estaba claramente asustada de la gente, a saber qué le debían haber hecho en el pasado. Le tiré algo de salchichón y se la comió desde una distancia prudencial. Se quedó conmigo todo el rato que estuve allí, pero no dejó que me acercase más de un par de metros, mantenía la distancia.
Después de despedirme, subí a la moto y seguí adelante, contento de ver que ya no llovía. Al cabo de poco ya me estaba arrepintiendo de haberme puesto la capa impermeable, ya que empezaba a hacer calor, y ya estaba algo sudado cuando paré en una gasolinera que poco tenía que ver con las que había usado hasta entonces. Tuve que fijarme bien para ver que esta no estaba abandonada.

A media tarde, el paisaje había cambiado de los campos de maíz que había ido viendo desde Hungría a colinas y valles cubiertos de bosque, y me volvía a encontrar con un viejo amigo de hacía tres años: el socavón rumano. El socavón rumano no es ese tipo de asfalto cuarteado o hundido al que estamos acostumbrados en Europa occidental, el bache común. Esta bestia autóctona que puebla las carreteras rurales del país en grandes números suele ser de forma redonda o ovalada, con bordes vivos y verticales, y lo suficientemente profundo para tragarse entera la rueda delantera de la moto. Por lo general habita en carreteras de bosque y montaña, donde las condiciones meteorológicas adversas han propiciado su reproducción, y para empeorar las cosas, estaban llenos de agua, con lo que eran más difíciles de ver. Huelga decir que topar con uno significaría, como mínimo, una llanta destrozada y daños en la suspensión, por no decir un accidente bastante grave.
Volvía a hacer frío, pero el tiempo mejoró por la tarde y mientras avanzaba por carreteras rurales, evitando los socavones, recordé que maravilla de país era Rumanía. Llegué a Ighiu a las ocho y media, contentísimo de volver a ver a Dalina. El campo estaba animadísimo, con unos 70 niños dando trabajo, y aún vestido de motero y sin tener tiempo de sacar nada de la moto, me sentaron a la mesa para cenar con el resto del personal, que venían de lugares tan variados como California y la India. Lo pasé genial, y tras la cena me di una ducha, me cambié y me senté a escribir un rato y charlar con Rushil, que también tenía una moto en India, y me enseñó fotos del paso de Khardung la, el más alto del mundo. Si voy a la India, ¡está decidido que alquilaré una moto y lo haré!