Tercera y cuarta etapas... por tierra y mar
La tercera jornada ha discurrido casi íntegra en el ferry que nos ha llevado de Barcelona hasta Civitavecchia.
En enero Yolanda se encargó de conseguir los pasajes, muy baratos, y allí nos esperaba un camarote para los cuatro que pronto dejaría en entredicho al de los Hermanos Marx: botas, maletas, neveras de comida... Casi que teníamos que hacer turno para movernos dentro. Pero ya sabíamos lo que era: un camarote interior, sin ningún tipo de ventana, con literas y un cuatro de baño, como el que hay en las autocaravanas, para cuatro adultos, por el que pagamos unos 100 euros cada uno, ahorrándonos dos o tres noches de hotel y unos cuantos depósitos de gasolina, llegando totalmente frescos casi al centro de Italia. No es santo de mi devoción andar viajando con la moto en un barco, pero si queremos recorrer todo lo proyectado en tan sólo 22 etapas, había que recurrir al uso de dos ferrys para llegar a Grecia en poco tiempo.
No voy a ser injusto, y debo decir que dormimos bien, saltándonos las normas utilizamos el salón de fiestas del barco como cocina y comedor, y llegamos a la hora programada al puerto de Civitavecchia. El camarote ha cumplido a la perfección su cometidodo.
Habíamos reservado un B&B junto al muelle de desembarque, pensando que llegaríamos muy tarde, como así fue. La noche terminó con un paseo por la monumental Villa italiana de Civitavecchia, tras devorar un par de pizzas artesanas y unos helados «pecaminosos» que tomamos antes de irnos a la cama.
En el ferry de camino a Civitavecchoa.jpg
De nuevo en la moto
Teníamos mono los cuatro: tanto barco nos había minado la moral y, a las 7:30 de la mañana, estábamos devorando el desayuno para, pocos minutos después, montar todo el equipaje en las maletas y empezar a tomar las curvas más inverosímiles que hay por las carreteras de los Apeninos. Chichu y Yola, que no conocían está parte de Italia, mantuvieron la sonrisa debajo del casco durante unas cuantas horas, hasta que, llegando a Taglia Cozzo, las nubes amenazantes que veíamos en el horizonte, se pusieron a descargar sobre nuestras cabezas, adornadas por piruetas eléctricas y ruidos estrepitosos, haciéndonos buscar cobijo bajo el techado de un «snack bar» a la italiana donde, por poco más de 10 euros hemos almorzado los cuatro en espera de que la lluvia cesara.
Carreteras de los Apeninos.jpg
Nuestra ruta debía cubrir unos 480 kilómetros hasta la localidad de Foggia pero, el contratiempo con la meteorología, y un exceso de curvas no programadas, nos han hecho terminar la jornada 100 kilómetros antes,
en Campobasso, una ciudad espectacular en la que hemos encontrado un apartamento que, en pocos minutos, se ha convertido en nuestra improvisada vivienda.
Por el momento hemos evitado coger «autostradas» y peajes, incluso hemos evitado carreteras nacionales, ya que están demasiado saturadas de tráfico.
Mañana seguiremos con esta filosofía hasta Brindisi (el tacón de la geográfica bota italiana), donde volveremos a embarcar para pasar la noche rumbo a Grecia.
Nota para curiosos: tanto Chichu como yo hemos estrenado unas Metzeler Karoo Street en este viaje. Hasta el momento el rendimiento es muy satisfactorio, y hoy nos han sorprendido en lluvia, rodando bastante ligeros por carreteras de muchas curvas y firme desastroso.
Paseando hasta el castillo de Campobasso.jpg
No tienes los permisos requeridos para ver los archivos adjuntos a este mensaje.