Efectivamente: uno de los capítulos más importantes a resolver cuando decidimos viajar en compañía de personas que no son nuestros familiares directos o amigos de toda la vida, con los que ya hayamos compartido jornadas de convivencia muy estrecha, es el del trato personal entre todos los integrantes.
En nuestro caso, en el que Raquel y yo conocemos a Chichu y a Yola desde hace menos de tres años, parece que hemos sido bendecidos por alguna fuerza divina cargada de fraternidad, pero nada más lejos de la realidad: la convivencia o se trabaja o fracasa.
Vaya por delante que resulta más sencillo el “buen rollito” cuando los objetivos son, además de muy sugerentes, comunes y, en este caso, los cuatro hemos montado esta especie de “joint venture” con la clara idea de cumplir el sueño de completar los kilómetros del viaje que habíamos previsto.
Todo sigue pareciendo de color de rosa: cuatro tipos, que están locos por las motos y que se van de viaje para recorrer medio mundo. Pero, cuando llega la hora de la verdad, no solo basta con las intenciones y la fortuna divina ya que, cuando llevas conduciendo muchas horas seguidas, por carreteras polvorientas, padeciendo de unas temperaturas irracionales, cualquier chispa puede ser el detonante de una “catástrofe humanitaria”. Un día puedes ir muy pillado de gasolina y sin ningún surtidor en el horizonte, en otra ocasión, se empieza a hacer de noche y no conseguimos alojamiento, también puede suceder que, debido a una cartografía deficiente, hayamos ya dado media docena de veces la vuelta en una carretera de montaña en la que casi resulta complicado mantenerse en equilibrio… Si sumamos el factor cansancio con las condiciones adversas –de cualquier índole- puede resultar un cóctel explosivo para bebérnoslo entre los cuatro. El origen de la especie
El hombre actual ha conseguido articular la sociedad, tal y como la conocemos, gracias a la colaboración. No hay ningún secreto: si el ser humano no hubiera colaborado seguiría subido a los árboles y vagando por la selva vestido con un taparrabos. Esa es la primera prebenda de un viaje: o todos se implican o surgen aristas donde alguno, o varios, tropezarán. El viaje empezó varios meses antes de que acelerásemos las motos camino del primer ferry que nos llevó hasta Civitavecchia. Entre todos organizamos la salida y cada uno hizo lo que mejor se le daba: es importante tener identificadas las virtudes de cada cual, para que las desarrolle y sea apoyado por el resto del grupo. En nuestro caso Yolanda se ha mostrado en todo momento como una gran estratega logística, consiguiéndonos los mejores pasajes, al mejor precio, para llegar hasta Albania. Chichu se ha quemado las pestañas documentándose sobre todo lo que nos íbamos a encontrar a lo largo del recorrido previsto, yo he estructurado las etapas y los recorridos diarios para que nos cuadrasen las fechas y Raquel… bastante ha tenido con hacernos de “navegador”, día a día, y llevarnos por los más espectaculares caminos de los 10 países que hemos recorrido durante el viaje. No es una posición pasiva en la preparación del viaje: es que no hacer nada y dejar al resto que desarrollen sus habilidades, también es una manera de apoyo, porque existen individuos que, por meterse donde no les llaman, causan injerencias en algo que no les compete.
Fuera de la zona de confort
Un día cualquiera: te levantas, haces el café, llegas al trabajo, acudes al gimnasio, cenas con tu pareja… en muchas jornadas no habrás realizado más del 10% de las actividades diferentes a las del resto de los días anteriores. Cuando estás de viaje en moto por zonas desconocidas, cada cinco minutos recibes información nueva que debes procesar. Algunos de estos acontecimientos son positivos y edificantes (imágenes, olores, sensaciones…) pero otros muchos nos hacen echar de menos la comodidad de la rutina. Estamos fuera de nuestra “zona de confort” y podemos padecer alteraciones severas de la personalidad, porque vivimos en continua alerta en previsión de solucionar situaciones de peligro, desconocemos cuándo podremos comer y dónde, no tenemos muy claro si encontraremos una cama confortable para descansar, llevamos varias horas bajo un sol de justicia (o conduciendo con lluvia intensa)… en esos momentos es fácil que, si nos acercan una cerilla, echemos a arder. La solución
A la pregunta de si hay malos momentos en uno de estos viajes, la respuesta es SÍ, de manera rotunda: los hay. Pero del talante e inteligencia de las personas dependerá transformar esos momentos complicados en dramáticos. Cuando viajas no te dejas en casa tu personalidad, tus “malas pulgas” y la capacidad de reaccionar instintivamente frente a hechos que no te agradan. Ninguno estamos libres de saltar con una mala respuesta, o efectuar cualquier acción que pueda molestar al resto: somos humanos, no ángeles. De la cohesión del grupo dependerá crear un drama de un momento complejo. Creo que todos somos capaces de comprender por qué nuestro compañero de viaje ha reaccionado de determinada manera y, vamos a tener tantos momentos buenos y edificantes a lo largo de los kilómetros, que será fácil disponer de un espacio mental para refugiarse cuando todo pinta mal. Está dentro de nuestra voluntad convertir los momentos difíciles en anécdotas y dejar que se diluyan en la memoria.
La convivencia es posiblemente la asignatura más complicada a la que se ha enfrentado el ser humano a lo largo de su historia ¿y te vas a perder un viaje en compañía por miedo a no saber resolverla?
