Con motivo del inicio del verano, cada año nos reunimos una gran pandilla de impresentables a rendir cuentas al sol, al mar, al fuego y…a nuestras almas, y por aquello de confortar el espíritu de la manera más terrenal posible lo hacemos con una gran espetada de sardinas a orillas del mar. Este año quiero compartirlo con vosotros, en la confianza de que de algún modo podáis disfrutarlo y también conocer algo más de este Sur que, como no, es de todos.
Y es que uno de estos compañeros nació y se crió en un cortijo a orillas del mar, hace ya de esto un saco de años, y todavía lo conserva como estaba entonces, en un entorno casi virgen, rodeado de huertas donde crecen las lechugas y las cañas de azúcar. Desde ahí, en unos treinta pasos ya estás junto al rebalaje para darte un chapuzón… si el poniente no te lo impide.
Todo empieza desayunando a las 6h 15’ en un bar de Motril, epicentro de la costa de Granada. De allí nos vamos al puerto pesquero a comprar tres cajas de sardinas de esas que todavía conservan los ojos asustadizos. Un buen puñado de hielo a granel de la fábrica que lo prepara para los barcos nos enfriará las bebidas necesarias para que las cosas salgan redondas (sin cerveza bien fría ya sabemos que todo marcha diferente…)
Y nos vamos con ansias de chiquillo para allá, con todo un día espléndido por delante para hacer cosas sin estrés, por el placer de regalarnos y de sonreir sin medida.












Las sardinas se ensartan con sistema en pinchos de cañavera sabiamente seleccionada (ni muy seca ni muy verde) y se asan al calor del mismo material, que le proporciona un sabor peculiar, muy agradable al paladar. Y entre risas y chistes nos vamos tragando junto con las sardinas esas pequeñas o grandes amarguras que nos han ido naciendo en las épocas del frío, y a l menos a mí me sobreviene una extraña digestión, en la que lo material lleva bien sujeta de la mano a esa parte intangible de nuestro interior que en ocasiones nos atraviesa desbocada.
La presión urbanística le tiene asegurada una pronta desaparición a esta parte de costa todavía virgen que se extiende entre Motril y Salobreña. Sirvan estas líneas y sus fotos de testimonio de cómo fueron también las cosas en otros tiempos, cuando el mundo era como era, y no como tuvo finalmente que ser.
Saludos, amigos.