La Autobahn vuelve a estar cargadita de coches. Y, me encuentro con otro accidente. Ya he perdido la cuenta de cuantos llevo en todo el viaje. Cuando voy por la autovía alemana me siento como en la serie “Cobra”, esa de policías de carretera. No me imaginaba que fuera tan “realista”, pero es que es así. Afortunadamente, no he sufrido ningún accidente en carne propia.
El atasco se quita pronto, y sigo mi camino. Paso cerca de Nurburring, no sé si desviarme. Durante unos kilómetros lo voy rumiando. Tiene que ser una pasada, pero y si me como los neumáticos. Un circuito mítico, pero como me caiga. Es baratito, ¿tú sabes lo que llevas gastado ya? Después de semejante paja mental dejo el circuito para otro momento que pase por Alemania.
Paso por Luxemburgo en un ratito, casi ni me doy cuenta de que he entrado en el país cuando ya lo he dejado atrás.
Ya estoy en Francia. Voy dirección Lyon. Las autovías francesas son de pago, pero se nota por lo que se paga. Asfalto estupendo, todo muy bien señalizado, excelentes áreas de descanso, velocidad de 130. Para ser sincero no sé cuánto me costó pasar por Francia pagando porque lo hice a base de tarjeta y me daba miedo mirar los resguardos..
Lo que si que no cambia es el precio de la gasolina, sigue a los 1,55 euros que vi cuando subía. Es curioso que en algunos carteles te marca la distancia hasta la siguiente gasolinera y el precio que tienen en cada una. Así puede uno elegir. Sin duda alguna, estamos a años luz no solo de los franceses sino de toda Europa.
En una de esas áreas de servicio con su gasolinera y todo paro para descansar, repostar y estirarme que aunque la V sea cómoda tantas horas lidiando con la carretera cansa y engarrota.
Reposto sin problema (había escuchado que las gasolineras francesas cerraban por la noche pero a mí no me tocó la china esa, menos mal) y me compro un bocadillo “a la parisiena” y una coca-cola.Por supuesto, me clavan la Torre Eiffel.. cinco euritos la broma.
La moto está aparcada en batería en el estacionamiento que hay delante de la tiendecita. Pie derecho sobre la estribera izquierda, bocadillo en mano izquierda y la coca-cola a ratos en la mano, a ratos sobre el depósito. Contemplo el ir y venir de gente repostando. Un Mercedes clase S, un BMW X5, un Citroen Xara. Jeje, mira ese, un R5 de los antiguos, de color gris. La pintura se le cae por todos lados, el guardabarros delantero cogido con alambre, y va cargado hasta los topes. Lo lleva una chavala. Ya ha terminado, parece que viene hacia aquí. Hay un hueco libre justo al lado de la moto. Viene un poco rápido. ¿Por qué no mira la muchacha para delante? ¿No tiene frenos o qué? Poco a poco voy pasando de mi posición contemplativa a una algo más defensiva. Desde detrás de las estanterías de la tienda veo como pega un frenazo, se detiene al lado de la moto, y me llega el tufillo de goma quemada.
La chica sigue dentro del coche, buscando algo, con la cabeza metida en el lado del copiloto. Aprovecho ese instante para avanzar posiciones y recuperar el sitio que, por orgullo, me pertenece. Vuelvo a mantener la pose de suficiencia con el bocata en una mano, la coca-cola en la otro y ahora de espaldas a la moto, mirando el coche y a su pilota, con la puntera del pie derecho apoyada en la estribera.
Por fin, la chica se decide a salir. Con una fuerza y una velocidad inesperada abre la puerta. Es un coche duro el R5 éste, lo compruebo de primera mano porque ha abierto tan sin mirar, con tantas ganas que no se ha dado cuenta de que existía la posibilidad de que la puerta de su coche tendiera a ocupar el mismo espacio que me rodilla. Y, cosas de la física, cuando dos cuerpos sólidos intentar ocupar simultáneamente el mismo espacio sucede que el más duro desplaza al otro. En este caso mi rodilla fue desplazada sin contemplaciones. ¿Me quejé?¿Dije algo? No. Sonreí, apreté los dientes y dejé escapar una lagrimilla mientras de mi boca brotaba un dulce “Bon Soire” (¿se escribe así?)
Afortunadamente, se dio cuenta de la lucha que había mantenido mi rodilla por burlar las esquivas leyes de la física y se dirigió a mí en un perfecto y encantador francés. Inpertérrito, pero sonriente, le deje terminar mientras iba asintiendo cada vez que me parecía oportuno.
Cuando termina, sus ojos azules, que podían confundirse con un cielo de verano, me miran inquisitivamente. Está esperando una respuesta.
Sin perder la compostura le digo:”Je parlé angle et spagnol. Par le vous angle o spagnol?”
Me mira, y sonríe. Solo habla francés y algo de español.
Lo que siempre me ha dicho mi madre, con una sonrisa y con educación se abren todas las puertas.
Resulta que es hija de militares, y ella es Gendarme. Cuando me soltó la parrafada me estaba diciendo que se disculpaba y que le encantaban las motos, que ella había sido tercera en un campeonato de Francia de motocross, que su hermano también tenía motos, etc., etc. Me explicó que los gendarmes son un cuerpo armado, ¿militar? Me imagino que será el equivalente a nuestra Guardia Civil.
Desafortunadamente, nuestros caminos discurrían por sendas diferentes. Ella iba al centro de La france y yo al sur. Nos despedimos y cada uno sigue su camino.
Ya son cerca de las diez y no encuentro dónde quedarme. Hace un rato que he dejado atrás Lyon. Por fin, veo un cartel que proclama lo barato que es un hotel de carretera. 62 euros la noche. No me parece demasiado caro después de haber visto lo que he visto y allá que voy.
Me llevo casi 40 minutos debajo de la ducha, me hacía falta un remojón. La ducha parece que la han sacado de un plató de pelis porno porque es inmensa y tiene hasta un espejo dentro. Aprovecho y me afeito en la bañera. Ala, ya estoy guapo, limpio y listo para empiltrarme. Ni un terremoto podría haberme despertado esa noche.
Al día siguiente me levantó a las siete para salir a las 7.45. El día de lujo, la carretera bien llenita de coches pero todos a buen ritmo.
Poco a poco, voy notando que estoy cada vez más cerca de España. El calor va apretando, y empieza a sobrarme ropa. De repente veo un cartel con el nombre de una ciudad española, Barcelona. Ya queda menos para llegar.
La frontera. Ya echaba de menos a la guardia civil, tan de verde, tan armados, tan españoles. ¡Viva España, y viva la Guardia Civil, coñ*¡ ¡Que ya estoy en casa, viva mi tierra, el gazpacho y el jamón serrano! Ole, ole y ole.
Pero todavía me queda un buen tramo. Tengo que decidir si voy vía Zaragoza-Madrid-Sevilla o Barcelona-Murcia-Granada-Sevilla.
Al final decido que voy a dar la vuelta a España completita y me voy por la costa. En Barcelona paro para comer, y ésto es España sin duda alguna. Vaya el calor que hace, 38 grados que vi en un termómetro que había en la carretera. Y si aquí hace calor en Sevilla no me lo quiero ni imaginar.
La paradita para la comida la hago a las dos de la tarde. Me queda un buen trecho y la pasta me sienta de lujo.
De nuevo a la moto, y si a la ida fui “to’pa’rriba” ahora toca ir “to’pa’bajo”.
Lo mejor del camino fue llegando a Murcia, un paisaje sobrecogedor ver el mar desde la carretera.
Mi ritmo era tranquilo, unos 120-130 de marcador y la gasolina parece que no se gastaba pero, cuando menos se lo espera uno desaparecen todos los cuadraditos del indicador de combustible, y oye, que se van, se van ,y al final solo queda uno que ahora está, ahora no, ahora está, ahora no…en fin, que os voy a contar. A la altura de ¿Valencia?, me salta la reserva final, y me acababa de pasar una gasolinera. Se reduce velocidad y bajamos a 100 por hora, pasan los kilómetros y no se ve nada. Por fin, veo un cartel: a 2 kilómetros una gasolinera. Aceleró sin pensármelo, pero cuando llego la gasolinera está cerrada por reformas.
jod*r, a que me va a pasar en España lo que no me ha pasado en toda Europa, vamos a ver, vamos a ver…Reduzco a 60. Ahora voy por el arcén. Los coches pasan zumbando a mi lado. De repente, delante mía me encuentro a otro motero que va pisando huevos, igualito que yo. Éste tampoco tiene gasota. Me hace señales para que le adelante. Le digo que no con el dedito. Me pongo a su altura y le señalo el depósito. Dos moteros unidos por la escasez. Al menos no me quedaré tirado solo….Afortunadamente, mi horóscopo del día decía lo siguiente:
“En salud los astros te sonríen, en amor los astros te sonríen, en suerte los astros te sonríen, en sexo los astros se descojonan”
Como lo importante era la suerte, corrí un tupido velo sobre el sexo (solo, y únicamente esta vez, repito, solo esta vez) y me centré en invocar a Yogurt, surtió efecto y apareció una gasolinera.
El otro motero venía de París, con una BMW de las antiguas (lo siento pero no estoy puesto en ese tipo de cultura motera) e iba para Málaga. Compañero, espero que llegaras bien. (Me lo volvería a encontrar repostando en Murcia, esta vez sin tanto aprieto) Al final le entraron 21 litros a la V. Después de todo, no era para tanto.
Ya es de noche. A las 11.30 de la noche estoy bajando el Puerto de la Mora en Granada, y, de nuevo, me salta el chivatito. Esta vez no me iba a pasar lo mismo que en Valencia. Me metí por la primera señal de gasolinera que había. Para quien conozca la zona es la que está antes de Alfacar. Que, por supuesto, cerraba a las once. Aquello parecía la boca de un lobo de lo oscuro que estaba. No se veía nada. Rodeo la gasolinera y sigo hacia delante pensando que encontraré por ahí la salida hacia la autovía. Magno error. Me metí por una carreterilla muy estrecha, en pendiente y con un camino de tierra en el lado izquierdo, al lado derecho no sé que había..Bueno, pues habrá que dar la vuelta. Poco a poco, despacio, sin prisa voy girando la moto. Pero entre la cuesta, el caminito de tierra, que era de noche, y que estaba algo cansado la V se empeñó en echarse cuerpo a tierra.
-No, por favor, no por favor ahora no, que ya casi hemos llegado. No te caigas, no te caigas. -Menos mal que uno es grande y llevaba las maletas porque gracias ellas pude depositar la moto sobre el suelo. Se me había caído sin llegar a caérseme del todo.
Solo, en medio de la nada. A las 12 de la noche.¿Cómo levanto yo ahora 300 kilos de moto?
-¿Te ayudo? Una voz a mi espalda que sonó a salvación.
-Sí, por favor. Échame una mano.
Levantamos la moto, la pongo en la pata cabra. Me quito el casco y le doy mil millones de gracias a mi inesperado benefactor. Un motero, de familia motera. ¿Tengo una estrella en el culo? Mi novia dice que sí.
Nos ponemos a charlar un rato y me cuenta que toda la familia es motera. De R’s. Le cuento de donde vengo, a donde voy y que me hace falta gasota. Me dice que vaya a Alfacar que esa seguro que está abierta. Mil gracias compañero.
Mi último repostaje del viaje. Me quedan 250 kilómetros para llegar. Son las doce de la noche, y voy deslumbrando a todo el mundo porque cuando cambié las bombillas en Oslo no regulé la altura de las luces. La carretera la alumbro relativamente bien, pero lo que mejor veo son los carteles de la autovía. ¡La leche como brillan!
Estoy deseando llegar, sé que hay un par de rádares así que tendré cuidado. La V da lo mejor de sí y la exprimo hasta su límite. Veo los 180 en el marcador, me parece demasiado rápido y no lo mantengo demasiado. Bajo hasta 160-165 de marcador, mucho mejor. Voy a 140 reales y me parece más que suficiente.
Estas curvas ya las conozco. Una a la derecha, dos para la izquierda, una muy amplia de derecha donde hay un basurero. Ya queda menos. Voy solo por la carretera. En una de las curvas me encuentro con las adelfas de la mediana ardiendo. ¡Vaya susto! Me hago preguntas sobre el CI del que ha tirado la colilla que presumiblemente ha provocado el incendio.
No me paro porque puede ser peligroso. Tampoco tengo saldo así que poco podría haber hecho.
A lo lejos veo la corona de luz que rodea Sevilla, el valle del Guadalquivir se abre delante mía. Caballero y corcel llegando a destino. Últimos estiramientos. Hay que llegar gallardo, con orgullo del viaje hecho.
La SE-30 está desierta, y solo las farolas contemplan mi triunfal retorno.
Por fin hay silencio. Estoy en el garaje. He parado el motor. Me bajo, doy unos pasos y la contemplo. Cargada, sucia, tan cansada como yo. Ha cumplido. Es una gran moto, me siento orgulloso de ella. Era una máquina. Ahora es una amiga de viaje, de mil batallas.
Me alejo del garaje hacia casa, un par de cientos de metros. Solo me llevo la maleta sobredepósito, todo lo demás puede esperar.
El agua golpea con fuerza, está caliente. Apoyado en la pared dejo que masajee el cuello y los hombros.
Tumbado en la cama solo veo el techo. Cierro los ojos y sé que mañana no habrá nuevas aventuras, mañana no recorreré un nuevo país, mañ………