Las 7,00 horas fue la hora de partida del grupo de Motril, con el que debíamos reunirnos a las 7,45 en Santa Fe, pero ya que no había cafetería sino gasolina en el punto de reunión, decidimos incorporarnos en el área de servicio del Manzanil, en Loja. A las 8,10 con viento a favor arribamos al parking. Cualquiera pensaría que a esa hora no hay nadie, pero hay que recordar que si alguien madruga más que los moteros, son los abuelos, y más aún que éstos, los abuelos moteros (aunque eso nos pilla muy lejos). Lo cierto es que había 500 autobuses con sus respectivos ocupantes, lo que nos relegó a una esquinita en la que tomamos un café rápido, que ni siquiera merece reseña gráfica.
Seguía desemperezándose el día cuando justo después de abandonar Campillos en dirección a Jerez, llegamos a nuestro destino para el desayuno, la venta el Coto. Tal como llevamos haciendo desde hace muchos años, nos tomamos unos generosos molletes a los que agregamos todo tipo de mermeladas, tales como lomo en manteca blanca y surraspas de asadura en manteca colorá, a lo que algunos añadieron el consabido tomate y aceite. En fin para todos los gustos
Aprovechamos la pausa para consensuar la ruta, y marcamos nuestra siguiente para da en Zahara de la Sierra, una impresionante población a la que llegamos después de un buen rato de curvas bajo el sol, y paisajes increíbles por su verdor y humedad. Cotejando continuamente los dispositivos de navegación para asegurarnos de no haber sido tele transportados a Asturias. Curiosamente en esta zona, el sol se nubló, y pudimos disfrutar del impresionante cielo que podéis ver.
Viendo el discurrir del día y lo mucho que nos quedaba por andar, decidimos hacer la ruta hasta Villamartín, para buscara allí un sitio en el que comer y tomar merecido descanso, antes de reemprender la marcha hasta nuestro hotel en Algar. Ciertamente nos llevó un ratito y unas maletas encontrar el sitio, pero lo cierto es que mientras unos recogían ropa de la carretera, otros hablábamos con un paisano que nos mencionó un par de sitio interesantes. El hombre era tan amable que incluso se ofreció a acompañarnos, pero nos negamos, menudos somos nosotros, así que con todas las maletas de nuevo puestas (por cierto si alguien encuentra por Villamartin unos calzoncillos de talla 84 y un calcetín de medio metro de pie, que avise) nos fuimos a buscar el sitio. Me erigí en guía, por lo que como era de prever nos perdimos, con tan buena suerte que fuimos a parar a un restaurante llamado Casa Julián. Poco podíamos imaginar las aventuras que el destino nos tenía preparadas en aquel lugar. Para los que hayáis visto
abierto hasta el amanecer la historia os resultará familiar.
Primero nos conquistaron atacando el punto débil de este subcomando. Empezaron a hablar de atún en migas, revueltos de gambas, corderos, uffff, se me pone la carne de gallina sólo de recordarlo. Nuestro macho alfa, para que no faltase empezó a pedir dos de cada cosa que el camarero iba diciendo. Empezaron a circular los platos, y coincidíamos en el acierto del sitio, ya que la comida había sido buenísima, y así se lo dijo Charli al camarero, que nos dejó hundidos cuando dijo "no, si eso eran las tapas, ahora mismito les traigo la comida". El sonido de los velcros traicionaba las caras que intentaban transmitir normalidad, pero lo cierto es que con esfuerzos denodados conseguimos acabar con aquellas enormes fuentes de comida. Charli dijo, muy rico todo, y el camarero contestó, no se preocupe que ya vienen los segundos platos, y empezaron a salir de la cocina fuentes con dirigibles encima, bueno eso parecían de lejos, al acercarse vimos que eran las piernas de cordero. Una por cabeza.
Nunca hubiésemos sospechado que se aplicase la técnica del "caballo de troya" en la cocina, pero así fue. Con cada bocado que tomábamos, éramos invadidos por extraños seres que a la postre (nunca mejor dicho) se revelerían como incompatibles con el café. Eso nos salvó de sus efectos letales al mezclarse con el Cacique, ya que en cuanto lo prueban se vuelven ansia viva, y no paran de pedir durante toda la noche.
Tras muchas horas sobre la moto al final llegamos a Algar, donde debíamos pasar la noche y prepararnos para la ruta de regreso, apurando al máximo para ver lo mucho que nos faltaba. Nos dimos un plazo razonable para la obligada ducha, y quedamos emplazados para dar una vuelta. Lo de cenar parecía imposible, ya que el sólo recuerdo del medio día producía estertores impresionantes por el cuerpo. No obstante, mantuvimos el tipo ante algunas tapas que nos dieron, que la verdad no estaban al nivel de lo esperado, así que nos volvimos al hotel con la sana intención de tomar un tentempié y nos sorprendieron al ponernos de tapa con cada coca cola, un cuenco de arroz con leche. Parece ser que fue una costumbre que implantaron los árabes, que ya por entonces destilaban ron a partir de las bellotas que hay por la zona, por supuesto no le llamaban cacique, pero el tema con el tiempo se ha hecho legendario (AOQR)
A la mañana salimos temprano con dirección a la Sierra. Paramos en una venta que emanaba aromas de manteca y pan caliente, y no dirigimos con asombro hacia lo que se alzaba ante nosotros. Una naturaleza increíble que ofrecía toda la gama de los olores de la primavera. Apetecía levantar la visera del casco y dejar entrar ese fresco olor a pino, mezclado con algún que otro mosquito. La carretera fabulosa, en cuanto a trazado y asfalto, aunque en las fechas que eran, había una saturación de tráfico, y eso le restaba agilidad a la subida. De todas formas un sitio para volver con calma, pero eso sí con la misma gente.
Teníamos decidido comer en Setenil de las Bodegas, ya que el apellido invita a ello, pero no sabíamos que justo ese día se celebra una procesión que convoca a miles de personas, que hacían imposible acceder al centro, ni siquiera en moto, así que después de haber pasado un verdadero calvario y vía crucis particular por el estado de la carretera, inexistente en algunos tramos, decidimos que lo mejor era poner delante a nuestro Motriles, y activarle el detector de pringues. Efectivamente, pasados unos kilómetros, justo antes de la localidad de Arriate, encontró una venta en la que, como podéis ver, nos controlamos mucho con la comida, porque nos quedaba aun todo el regreso. Eso sí, muy recomendable, tanto por calidad como por precio.
Al final, una última parada para despedirse. Caras de resignación, porque en los puntos en los que ayer nos unimos para vivir juntos la aventura, hoy nos separamos con verdadera tristeza. Unos porque tienen que volver al trabajo y la rutina, otros porque echaran de menos las risas con los amigos, y todos, absolutamente todos, porque nos gustaría montar en nuestras máquinas e irnos juntos a recorrer el mundo. Yo con vosotros, sin duda, le daría varias vueltas
