Doy por hecho que éste no es, en principio, un foro eminentemente de quemados por el tipo de moto que lo preside; sin embargo, siempre, incluso en el mundo custom, hay un número considerable de ellos, de quemados como yo. Por eso antes de continuar con la serie de artículos sobre la conducción que apenas acabamos de empezar, quiero hacer llegar un mensaje a los quemados más jóvenes de la ruta, a todos los chavales que pasan cada día de la semana contando las horas que faltan para que llegue por fin la mañana del domingo y puedan salir a la carretera para dar rienda suelta a su eléctrica adrenalina montada sobre ciento y vaya usted a saber cuántos caballos. A probar el nuevo escape de titanio, esa exclusiva electrónica traída de USA o de Hong Kong o los neumáticos de chicle recomendados por el mago de turno aposentado en su taller; a lucir la nueva estética con las figuras y los colores exactos de su estrella favorita. A por otro intento de dar por fin ese repaso tan deseado al gallito del grupo, que cada domingo se pavonea después de la salida por la carretera de montaña o la ruta de los pantanos.
Sí, es un mensaje para vosotros.
Pero se trata de un mensaje un tanto distinto por estar contenido en una historia. Sí, una historia tan real como la mano del que la escribe y tan subrealista como el estrambote. Una historia entrañable y a la vez desconcertante; una historia cercana, a pesar de los años transcurridos, que pasa sólo de puntillas por la realidad más negra del motorista. Una historia, eso sí, con un final feliz.
Un final feliz con una valiosa moraleja que se ve proyectada hasta nuestros días con el vídeo que la acompaña tras el último párrafo.
Sé que estás harto de leer y de escuchar muchas tonterías, tanto tipo carca y paliza que no entiende nada sobre la fantástica doble erre que duerme en tu garaje: No te preocupes, nadie va a darte La Charla. No, nadie va a darte La Brasa. Tan sólo te invito a que sonrías, e incluso a que te rías, durante algunos minutos y después, si te apetece, sólo si te apetece..., piensas un poco.
Aquí la tienes.

YO TENÍA 19 HACE 34 AÑOS
Sí, yo tenía entonces 19 años y tenía también en aquella época mi maravillosa Ossa Copa 250, con la que llegué a participar en una de las últimas carreras de la Copa Ossa-Motoclismo.
Una de aquellas mañanas, una de tantas, sufrí un aterrizaje indeseado. No recuerdo en qué curva, en qué esquina o en qué calle. ¡Vaya usted a saber, porque me pasaba el día por los suelos! Era entonces lo que siempre hemos llamado "Un auténtico Balleta".
El caso es que aquella caída no tuvo demasiadas consecuencias para la moto, nada especial que yo recuerde, salvo el cristal del espejo (entonces sólo era obligatorio uno), que se hizo añicos. No tenían el recambio, no llegaba el vidrio después de algunos días de espera y no aguantando mi viva impaciencia de entonces, tuve una ocurrencia genial, empujado por mi permanente obsesión por ir rápido como nadie, para cubrir aquel vacío horroroso del metal sobre el puño izquierdo de mi Ossa. Pues sí, mirando las páginas deportivas de una revista especializada, no se me ocurrió otra cosa que recortar una magnífica instantánea de Marciano Roberts captado en una impresionante tumbada con su OW-31 (Yamaha 750 de 2T) y colocarla dentro de la cazoleta metálica del espejo para dejarla prendida después con la orla de plástico que sujetaría el cristal. ¡Qué ocurrencia! Quedaba imponente allí plantada sobre el manillar. Llevaba detrás de mí, siguiéndome los talones, nada menos que al piloto referencia del momento.

Unos días más tarde volvía desde Sitges a Barcelona, después de haber ido sólo por el puro placer de hacer la carretera de las costas del Garraf con su retorcido trazado recortando la verticalidad de los acantilados. A un lado, la roca se echaba encima como un pétreo matón de discoteca, y al otro, el vértigo de aquel vacío era en sí mismo una intimidación con el Mare Nostrum rompiendo en el fondo.
Después de unas primeras eses enlazadas que servían a modo de calentamiento, entré en una redonda que me apasionaba, descolgándome completamente al estilo de Tepi Lansivuori, para salir abriendo gas a fondo (30 CV con tubarro y carburador de 36 mm)...
Y allí estaba, plantado en actitud castrense junto a su Sanglas de un cilindro. Los brazos en jarras, las piernas ligeramente abiertas y las gafas de sol con el diseño de Harry el Sucio. Su brazo se desplegó como un resorte con la palma extendida; aunque, eso sí: no se atrevió a pisar la calzada.
Paré.
-Buenos días -dijo moviendo el bigote y recomponiendo la benemérita compostura con un carraspeo. Me miró después y nos dio un primer repaso a la moto y a mi, para añadir con tono administrativo:
-¿Sabe usted que esa curva tiene un límite de 40 y que ha pasado mucho más de prisa?

-Sí señor -le respondí con franqueza y añadí tras un segundo de pausa-. Pero si yo condujese un trailer, probablemente hubiera hecho la curva más despacio, a menos de 40.
-Ya. Pero los límites están para todos, para las motos también.
Nos rodeó lentamente, a la Ossa 250 y a mí, para examinarnos con más detenimiento, centímetro a centímetro. Cuando salió de mi espalda para terminar la vuelta por el lado izquierdo, pude ver de reojo cómo se detenía con un sobresalto. Acercó su rostro incrédulo hacia el espejo y quedó inmóvil delante de él durante algunos segundos que me parecieron la noche entera de Los Reyes Magos.
-Va usted rápido, ¿verdad? -preguntó con sorna gallega.
Y yo, con mi natural ingenuidad de esos años tan juveniles, aumentada en aquella época de La Transición, no se me ocurrió otra cosa que responderle:
-¡Hombre! Pues se hace lo que se puede.
El Guardia Civil se echó atrás, cruzó los brazos y se quedó contemplándome mientras yo mantenía la cabeza gacha, con la mirada inmóvil encima del trébol grabado sobre el tapón de la gasolina. Volvió a carraspear y me apeó del tratamiento.
-MIra, chaval -dijo lamentándose- que todos los domingos recogemos dos o tres como tú hechos migas contra las rocas; que cada fin de semana sois unos cuantos los que no me dejáis dormir por las noches. ¡Qué es una pena! ¿Pero cuándo os daréis cuenta de una vez?
¡Mírame! -ordenó.
Levanté la vista y de forma taciturna giré la cabeza hacia el agente.
-Eres muy joven. Todos los que os quedáis aquí, en esta carretera, sois muy jóvenes. Hazme el favor -tomó cierto tono de súplica-: Ve con más cuidado, que la moto es muy peligrosa, te lo digo yo, y la carretera no es un circuito.
Bajó la mirada y añadió:
-Vete, vete antes de que me arrepienta. Pero acuérdate bien de lo que te digo: ¡Ten cuidado, ten mucho cuidado, por favor!
No tardé ni tres segundos en dar un par de patadas a la palanca de arranque y salir pitando.
Lo que, probablemente, no sabría aquella persona es que entonces no había circuitos -o eran prácticamente inaccesibles- en nuestro país para dar rienda suelta a nuestra pasión y que incluso un campeón del mundo probaba en esos años su moto por las calles de un polígono industrial. Pero lo cierto es que las palabras de aquel Guardia Civil y sobre todo su actitud ante una circunstancia tan subrealista como la que yo le había planteado, han quedado grabadas a lo largo de los años en mi cabeza, y no voy a decir que frenaran mi locura de entonces -eso era casi imposible-, pero sí es cierto que en algún momento clave se encendieron dentro de mi cabeza de sonajero como una roja bombilla de alerta.
Con este vídeo pretendo conseguir algo semejante para los que como yo entonces viven ahora en esa edad tan febril y maravillosa.
Como digo en el título de esta entrega: Este vídeo para vosotros con todo mi afecto:
http://www.mutua.escuelaportalmotos.es/ ... fotoId=208
Tomás Pérez