¿Porque Irlanda? Por varias razones y ninguna en concreto. Fue una opción que surgió cuando en el Quizás original, en el pueblo de Luarca tomando una cerveza nos preguntamos ¿y el año que viene, que? Surgieron varias opciones. Entre las clásicas, Alpes, Cabo Norte y otras más exóticas, Turquía y Moscú. Entre las varias opciones surgió Irlanda. ¿Y porque no? Pues para allá que nos vamos.
El día 1 de agosto teníamos que encontrarnos con Mariano en Huesca para que se evitara como mínimo 300 kms. Así que a las 12, con la moto cargada tomé rumbo al punto de encuentro. Sobre las 3 y algo llegué a Huesca capital y como no era hora de molestar a nadie, decidí sentarme en una terracita para comer tranquilamente y esperar a que fueran horas más decentes.
Hacia un sol de justicia. Yo sentado en la terraza y la gente que pasaba por mi lado miraban al cielo y comentaban lo feo que se estaba poniendo. La verdad es que yo solo veía sol y cielo azul, pero al darme la vuelta, unos nubarrones negros acechaban, pero muuuuu negros y muuuuu acechadores.
Arranca la moto y a buscar casa de Richi. Llegue, aparcamos la moto, duchita, cerveza y a esperar que llegara Mariano. Mientras esperábamos cayeron una gotas, pero nada serio.

Llegó Mariano. Abrazos, ducha, cervecita y un rato agradable de charla mientras hacíamos tiempo para ir a cenar. A la cena se nos ajuntaron una pareja de Castellón que estaban por la zona de vacaciones. La velada pasó agradablemente entre charla, risas y buen ambiente.

Nos despedimos de esta pareja y nos fuimos a dormir ya que al día siguiente teníamos que madrugar para encontrarnos con Arturo, en principio en Montauban.
A las siete nos levantamos, desayunamos y emprendimos la marcha. Nos acompañó Richi hasta la frontera francesa por el túnel de Bielsa. La ruta fue de lo más agradable. Qué buena tierra y paisajes que tienen por esa zona.

Paramos a los pocos kilómetros para desayunar en España y tomar un buen café porque a los pocos kilómetros ya no sabríamos cuando podríamos tomar otro de bueno.

Pasamos por el túnel y una vez en la zona francesa, nos hicimos las fotos de rigor para acto seguido despedirnos y agradecer a Richi todo lo hecho durante el día anterior y esta mañana.

Seguimos nuestra ruta para encontrarnos con Arturo de Montauban a las 2. Viendo el ritmo y el tiempo que faltaba, no llegábamos ni de coña a la hora. Al poco tiempo me llama Arturo que por donde estábamos. Le comento que a 16 kms de Toulous. Él nos dice que a 20 de la misma ciudad pero por la otra dirección. Fantástico, pasada la circunvalación y pagado el primer peaje, quedábamos en la primer área de servicio. A los pocos minutos de llegar nosotros, vemos salir del peaje unos focos de una V. Era Arturo. Ahora sí, ya estábamos todos. Fotos, abrazos y a seguir la ruta hacia nuestro de primer destino, Limoges.

Llegamos a Limoges y encontramos relativamente rápido el hotel. Un F1 la mar de mono con unas habitaciones chiquititas con una cama de matrimonio y una litera. Aunque ya llevemos dos viajes juntos y ya llega el punto de que la confianza da asco, decidimos coger dos habitaciones para que nadie tuviera que dormir en “pareja”. Estos hoteles son curiosos. Los baños y las duchas son habitaciones más pequeñas prefabricadas y hay 5 o 6 por planta.
Nos duchamos, nos cambiamos y decidimos ir a cenar en Limoges. Por muy domingo que fuera, era una ciudad muerta, todo cerrado y sin gente en la calle. La verdad que fue una ciudad que me desilusionó mucho. Cenamos un bocata y para el hotel a descansar de la tirada de algo más de 650 kms.


La mañana se levantó nublada y lluviosa, pero fueron apenas 20 kms cuando ya empezó a lucir el sol. Nos tocaba otra sesión de kms non-stop hasta Paso Norte - Calais, un total de 726 kms. Fueron un poco más de lo planeado porque la noche anterior, mirando el GPS de Mariano vimos que la ruta nos quería hacer pasar por el primer cinturón de Paris. Mala cosa. Nos metemos por allí y aun estamos dando vueltas.
Al final decidimos que en la altura de Orleans nos saldríamos de la autopista para tirar por nacionales y alejarnos lo que pudiéramos de la capital francesa.

Nos paramos a comer en un tranquilo y afrancesado restaurante de Chartres, cerca de la famosa catedral. Una buena Quiche con una buena cerveza y a seguir la ruta que aun faltaba un buen rato. La verdad es que Chartres me pareció una bonita ciudad. La parte del Valle del Loira se merece unas vacaciones, eso sí, fijo que acabas con una sobredosis de castillitos.


El resultado de las fotos (bueno, de una porque las dos eras iguales)

Llegamos a una buena hora en Calais y lo mejor, con buen tiempo. Cuando vi el pueblo, no pude más que acordarme de esa buena película francesa que se titula “Bienvenido al Norte”. Recomendable 100%.
Llegamos al hotel y otra vez con la habitación triple compuesta con cama de matrimonio y una suelta. Mal asunto pero lo arreglamos con una mini-habitación con una cama y una litera. Tres rudos moteros, cargados con 9 maletas y tres bolsas en una habitación de apenas 5 m2 y durmiendo en literas, una imagen dantesca, pero nos arreglamos, total era para una noche y era el principio del viaje.

Se ve que Calais esta “diseñada” cara al turista.




Se sirve cenas hasta tarde, hay montones de bares, discos y clubs de alterne. Por haber, hasta restaurante de 24 h. Cena, copa y a dormir que al día siguiente teníamos hora con el eurotúnel a las 8:50.


Mariano con sus mejillones con patatas (típico frances) y Arturo con su cacho carne.

Nos levantamos temprano para no despistarnos en los horarios, pero tan temprano que llegamos al embarque del eurotúnel que nos colocaron al que salía a las 8:20. Mira, 30 minutillos que ganamos para el trayecto de Inglaterra.




El eurotúnel es curioso. Primero de todo, en la aduana inglesa lo que te piden es el pasaporte. Estos ingleses no se cortan un pelo. Suerte que todos lo llevábamos y una vez esto pasas al embarque. Yo la verdad es que me acordaba de la película de “Misión Imposible” cuando Ethan Hawke ata el cable del helicóptero al tren de alta velocidad. Las imágenes de ese tren es de todo lujo, con conexión a Internet, servicio de bar, mesitas reclinables, etc, pero el nuestro resultó ser el AVE-BORREGUERO. Un tren de alta velocidad pero de carga. Te dicen que leas las recomendaciones, que no son otras que te mantengas sentado en tu coche y con las ventanas un poco abiertas. ¿Y nosotros qué? ¿La visera medio levantada y sentados en la moto? Bueno, lo mejor es que en 30 minutos te cruzas el Canal de la Mancha sin preocuparte del tiempo.


Llegamos a Inglaterra y nos reciben una nubes densas y negras que no presagian nada bueno para los 560 kms que inviertes para cruzar la parte gorda de Inglaterra. Dicho y hecho, nos paramos en la primera área de servicio para desayunar y enfundarnos en traje de agua.

Qué bonito que es Inglaterra. Que frondoso que es Inglaterra. Que verde que es Inglaterra. ¿Pero como coñ* no va a ser verde y frondoso este pu*o país si se pasa todo el día entre lloviendo poco y lloviendo mucho? Eso sí, las autopistas son gratis pero tampoco me extraña, son viejas y cutres como su gente. El asfalto no absorbe el agua (ya me dirás tu con lo que llueve en esta puñetera isla) por lo que cuando pasas al lado de un camión es lo mismo como si pasaras por un túnel de lavado. Simplemente echándole huevos al asunto. Otra cosa buena. El puente de Cardiff, que vale una pasta para los coches y camiones, es gratis para las motos. A ver si aprenden los gilipo**as de España que simplemente van a cobrar y a enriquecerse. Inglaterra gratis y Francia la atravesamos entera por autopista por aun no 20 euros. Yo pago mas para hacer los 300 kms de Valencia a Barcelona y no hablemos de calidad de servicio que a más de uno se tendría que sonrojar.
Llegamos bien de tiempo a Fishguard donde teníamos que coger el barco hasta Rosslare. Pasamos una frontera de chichi-nabo entre Inglaterra e Irlanda. Paso yo, para Arturo y vemos que Mariano no pasa. ¿Y qué pasa? Pues nada, que se le dio a las dos tontas de la aduana en registrar las maletas de Mariano y preguntarle si llevaba pistolas o bombas. Como que hubiéramos contestado que si, si las hubiéramos llevado. Santa Paciencia. En todos los países son iguales.

Al final pudimos embarcar sin mayor dificultades y hacernos a la mar. Ayyy!!!!!!!!!! Amigos, que este mar no es el Mediterráneo. Pillamos una mar con su buen oleaje y al ser un fast-ferri, más que un barco eso parecía una coctelera.


Yo no soy de marearme mucho pero reconozco que no estaba muy “católico”. Mariano comentó que no se encontraba muy bien y que salía a tomar el fresco. Pues aprovecho y lo acompaño pero cuando me comentó que casi seguro que rojaba, le comenté que yo me iba para dentro que si veía alguien potar, fijo que yo iba después. Con mi “respiración profunda” y mis sudores fríos aguanté como un jabato todo el trayecto. Arturo (que él sí que aguantó como rudo motero que es) me comentó que en la planta inferior a la nuestra fue un festival “Tom y Jerry” de vómitos.


Llegamos a Rosslare de entre una pieza y media, pero llegamos. Desembarcamos sin mayores problemas y encontramos el hotel con un poquillo mas de dificultad pero nada del otro mundo, simplemente nos metimos en otro jardín aparcando las motos cuando salió el propietario diciéndonos que no esperaba a nadie más para ese día. Upsss!!!! Pues debe ser otro hotel. Exacto, era el de delante.
La habitación ya era con más cara y ojo que en las últimas que habíamos estado, así que descargamos las 9 maletas y las 3 bolsas y ya nos ocupamos nosotros a llenarla.

Duchita, cambiados y a cenar. ¿Cenar? A las 9:30 ya no hay co*ones de cenar en este país (o por lo menos en las ciudades madianas-pequeñas). Así que nos conformamos en tomar nuestra primera pinta de Guinness acompañada con unas suculentas Pringuels y unos cacahuetes que pagamos a precio de una ración de ostras.


Nuestro primer día en Irlanda había terminado.
A la mañana siguiente nos vestimos, desayunamos al estilo británico (fried breakfast) compuesto por salchichas, huevos revueltos, beicon y otras viandas.
Cerramos las maletas, cargamos las motos y empezamos, ahora sí, nuestro viaje por Irlanda.
Primera parada, para hacer boca, Johnstown Castre. De momento el tiempo nos respetaba e incluso salió el sol. Primer castillo precioso. Aquí ya vimos que las etapas que más o menos teníamos marcadas serían difíciles de mantener.




Irlanda tiene una cosa curiosa. Hay tres tipos de carreteras: Autopistas, Nacionales y Secundarias. Las primeras a 120 kms/h, las segundas a 100 kms/h y las terceras a 80 kms/h. Hasta aquí ningún problema. Las autopistas (muy poquitas, pero estas construyéndolas y por cierto, casi todas las constructoras son españolas, Safyr, FCC, etc) carreteras de dos vías que en España pasarían por autovías sin grandes pretensiones. Las Nacionales, ¿Cómo os contaría? Algunas vale, pero hay otras que quien los tenga muy bien puestos a lo mejor llega al límite de velocidad. En España las compararía con una comarcal muuuuuy profunda y las mejores como una carretera sin pretensiones entre pueblos. Pero ahora vienen las mejores, las Secundarias. Esto daría para escribir una tesis doctoral, pero para no alargar mucho el tema, yo las calificaría entre cutres y muy cutres.

Las mejores se podrían comparar con una carretera secundaria y abandonada de la mano del MOPU y las peores, dejamos que simplemente le faltaba muy poco para ser poco más que intransitables. Eso sí, podías ir a 80 kms/h.

Los irlandeses no creo que les pongan muchas multas por exceso de velocidad pero se ha de reconocer que algunos camiones pasaban a toda leche por esas carreterillas.

En las nacionales, acostumbran haber unos arcenes que suelen ser del ancho de una vía y, algunos conductores, cuando te ven acercarte con la intención de adelantarlos se echan a la “izquierda” del todo, dejándote la vía entera para ti solo y puedas rebasarlos sin tener que invadir la dirección contraria.
La conducción por la izquierda no nos supuso ningún trauma, bueno, a Mariano casi lo envisten el primer día, pero era para poner a prueba a los irlandeses de nuestra conducción. Las rotondas están muy bien encaradas para que no puedas equivocarte.
Sigamos con la crónica. Al salir de Johnstown Castle, el GPS de Mariano ya nos jugo la primera diablura, nos metió simplemente en una carretera sin salida, conocida en Irlanda por “CUL DE SAC” (y luego dicen que el catalán viene del latin, pues no, somos CELTAS).

Allí vimos lo que puede hacer tanta lluvia, encoger hasta los caballos. Aquí, Robert Redford, para susurrar a los caballos se tendría que poner de cuclillas.

Seguimos la ruta hasta Caher, todo transcurría sin problemas, pero a los irlandeses también les gusta arreglar las carreteras en agosto, así que entre tanta desviación estábamos mas cerca del nuestro siguiente destino que al que íbamos. Pues nada, cambiamos la ruta, primero Cashel y luego Caher.
En estos dos pueblos teníamos unos castillos de los primeros años del primer milenio. El de Cashel teníamos el complejo de “La Roca de Cashel”. Se trata de un espectacular grupo de edificios medievales situados en un macizo calizo en el valle de Golden, con una torre redonda (típica de Irlanda), cruces celtas y una construcción que aunque el techo no ha superado la meteorología irlandesa, si que han aguantado las paredes, pudiéndose ver la grandeza de este complejo.






Cuando salimos del La Roca, ya era la 1, hora de comer en Irlanda, y aparte, como el día anterior comimos poco pues ya había cierta hambre. Vimos un primer restaurante la mar de mono, pero al ir a entrar vimos que era un restaurante de la señorita Pepis. Todo de color rojo y rosa, con manteles de florecillas al igual que la pared, con un papel pintado que daba cierta grima. No era cuestión que tres rudos moteros con sus bolsas de sobredeposito y sus botas entraran en ese restaurante. Suerte que al lado mismo había un pub con sus cervezas y sus platos combinados. Allí que fuimos. Aquí empezamos a ver que la comida en Irlanda no es barata, por lo que decidimos poner un bote y pagar los “gastos comunes” de dicho bote.


Se nos hacia un poco tarde y con las carreteras que hay por esas tierras, ya vimos que ni de coña llegábamos a nuestro destino que no era otro que la zona más al sur y más al oeste de la isla. Pero iremos por trozos.
El próximo destino, el que nos habíamos saltado, Cahir. Allí había otro bonito castillo de la época del anterior aunque mejor conservado. Un poco de turismo y seguimos hacia Cork.

Para ir un poco deprisa, cogimos la única autopista que está hecha (ahora están construyendo mas). Como he dicho anteriormente, no eran nada del otro mundo, pero al fin y al cabo, se podía ir a 120 kms/h. Al llegar al peaje, como hago normalmente por Europa, ya me preparé la tarjeta en la bolsa para no tener ni que sacarme los guantes, pero cuando el buen hombre de la garita ve la tarjeta me suelta que no aceptan “credit card”. Pues nada, paciencia entonces, me saco los guantes, busco en el bolsillo y para no armar mucho mas follón del que estábamos armando, pague los 3 euros para que pudiésemos pasar todos (1 € por moto). Guarda el cambio, guardar el monedero, ponerme los guantes. Le hubiera valido la pena dejarnos pasar.
El problema de las grandes ciudades es que se pierde mucho tiempo si te dedicas a visitarlas. A parte, con las motos todas cargadas no es cuestión de dejarlas aparcadas y desaparecer de sus aledaños y no es porque en Irlanda haya muchos maleantes y amigo de lo ajeno (que seguro que también los hay). Así que nos dirigimos al centro de la ciudad haciendo el turismo en ruta. Parada en el centro y cuatro fotos. Se veía una ciudad bonita, con su rio y su zona de tiendas, pero ese no era nuestro estilo de turismo. Así que seguimos hacia uno de los castillos más famosos de Irlanda, el Castillo de Blarney.


No deja de ser otro castillo mas, aunque tiene la particularidad de poseer la “Piedra de Blarney” que según la leyenda, si la besas, la piedra te da el don de la elocuencia. Pues para allí que nos vamos.
Llegamos a las 6 de la tarde y la señora de recepción nos comenta que a las 6:30 cierran la visita al castillo y el besuqueo de la piedra, así que nos dimos un poco de prisa. Los jardines eran preciosos (fácil de mantenerlos, con lo que llueve normalmente). Llegamos al castillo y nos dedicamos a subir por una escalera de caracol. Aquí reconozco que me agobié un poco, ya que tuve una mala experiencia cuando me decidí a subir la escalera de caracol que sube a la Seu Vella de Lleida. Vestido de motero, con la chaqueta, pantalones y botas, esa escalera que cada vez eran más estrechas y mas verticales, el calor que hace en Lleida en mayo o junio (no me acuerdo) y que en esa época fumaba y mucho, pues que desistí a media subida, medio ahogado y muerto de sed.




Pero en este caso, Mariano me convenció, así que para arriba que nos vamos. Aguanté como un jabato (también decir que es mucho más bajo que el de la Seu Vella). Y la verdad, que valió la pena. A parte, también veías como se vivía en estos castillos, las estancias, las cocinas, etc. El techo tampoco aguantó en este castillo. Es lo que tienen las vigas y los suelos de madera en lugares tan húmedos como estos.


Llegamos a la azotea que es donde se encuentra la Piedra de Blarney. Hicimos la posturita de rigor porque dicha piedra se encuentra encarada en el muro del castillo y te has de descolgar al vacio para besarla. Como no, hay todo un sistema de seguridad para que no te vayas muro abajo.


Las vistas desde lo alto del castillo sobre ese impresionante jardín eran preciosas.

En la parte de debajo del castillo se encontraban las mazmorras. Pobre desgraciado al que encerraban allí.

Salimos de Blarney ya bastante tarde, así que decidimos tirar hacia nuestro destino y pararnos a dormir en el primer sitio donde encontrásemos.
De B&B había para aburrir, pero lo típico, cuando los buscas parece que se escondan todos. Al final decidimos salir de la “carretera principal” y buscar por carreterillas mas secundarias. La verdad es que fueron muuuuy secundarias. Tanto que por no haber, no habían ni pueblos.
Llegamos a un cruce donde encontramos un Pub. Entramos a preguntar donde podíamos dormir por allí cerca y más o menos entendimos sus explicaciones y hacia allí nos dirigimos. Encontramos un B&B bonito y con encanto, pero lo mejor, la estupenda vista que disponía esa casa.


Esto del Bed & Breakfast es muy curioso porque tenía la sensación de cuando vas a dormir a casa de algún particular que le tienes poca confianza. Una sensación muy curiosa, pero tienes tu habitación, tu tele, tu aseo y por la mañana tu desayuno. Todo eso por unos 35 € por persona.

Una vez duchados y arreglados le preguntamos a la propietaria, Mrs. Murphy, donde podíamos ir a cenar, dada la hora que era y nos comentó el mismo pub donde nos enviaron al B&B. Que negocio más redondo. De allá a aquí y de aquí a allá.
Cuando llegamos al pub y nos decidimos a entrar vimos el cartel de las fiestas del pueblo, donde nos sorprendió que Arturo actuara el día 8.


Nos echamos unas risas hasta que de golpe se nos abrió la puerta y nos salió una chica la mar de mona y típica irlandesa pelirroja y con pecas, preguntando si éramos los de la farmhouse, que había llamado la sra. Murphy diciendo que íbamos a cenar que nos esperasen. Le dijimos que si y nos comentó que entrásemos corriendo (con un gracioso -run, run, run-) que el cocinero acababa el turno en 20 minutos.
Tengo que reconocer que mi ingles es bastante malo y las cartas de las tabernas irlandesas son muy espesas porque te ponen con todo detalle lo que lleva el plato.
Escogimos uno de era carne con salsa denoseque, y un montón de atrezzos y resultó ser un boca de una especie de roastbeef con salsa y patatas y alguna chuminada mas. Qué le vamos hacer, no acertamos con la elección.
Terminamos con un postre, un café espresso (mas o menos) y hablando de lo que haremos mañana pedimos un whiskey. El camarero nos preguntó cual queríamos. Podíamos haber pedido el típico Jones Jamison, pero preferimos que fuera él quien eligiera. Eso sí, tenía que ser irlandés.
Nos sirvió uno muy bueno. Dejaba un regusto a vainilla muy interesante. Mariano no se estuvo de pedir que whiskey era. Un POWER. Altamente recomendable.
Después del whiskito y del café nos dirigimos de nuevo a nuestro B&B para descansar.